Escritor y abogado nacido en Figueras, Gerona, el 28 de septiembre de 1819, de familia humilde. Está considerado oficialmente como el inventor del auténtico primer buque submarino.
Desde muy joven le obsesionó la idea de crear una nave capaz de imitar a los peces, navegar bajo el agua. Inició estudios para Sacerdote, Filosofía, Medicina y Abogacía, terminando sólo los de esta última, pero era un apasionado de la Física y la Mecánica. En el año 1858, presentó su proyecto en una memoria científica que llevaba por título “El Ictíneo o barco pez”. De carácter bondadoso y desprendido, tenía una fuerte voluntad para el estudio y la investigación, pero era un inconformista en el más amplio sentido de la palabra, lo que hizo afiliarse a grupos políticos radicales y reformistas. Partidario de las ideas socialistas de Cabet, fue uno de los animadores de la participación catalana en la comunidad utópica de Icaria y en la nueva Icaria, por lo que llegó a ser desterrado. Editó “La Fraternidad” (primer periódico comunista de España), y “El Padre de Familia”. Fundó y colaboró en periódicos de carácter siempre político-social; él mismo declararía que “era revolucionario pero pacifico, revolucionario de ideas y de conciencias”.
Las condenas, persecuciones y penurias económicas le hicieron apartarse un tanto de sus ideales político-sociales y acercarse a la religión y al estudio convirtiéndose en científico autodidacta en física, química, anatomía, fisiología e hidrostática, conocimientos que le sirvieron para sus descubrimientos. La idea, al parecer le surgió al contemplar penosas labores de recogida de corales y haber visto a un hombre ahogarse por hacer este trabajo en Cadaqués, en la provincia de Gerona, bañada por el Mediterráneo y, con este fin, construyó el “Ictíneo_I”, que tenía casco interior resistente en forma de esfera y otro exterior en forma de pez proyectado por él, aunque inspirado en el prototipo del alemán Wilhelm Bauer, que ya había navegado en el año 1851.
En septiembre de 1857 crea una sociedad mercantil, primera en España, para explotar la navegación submarina (Monturiol, Font, Altadill y Cia), y para la construcción del “Ictíneo_I” o “barco_pez” capaz de sumergirse, con un capital de diez mil pesetas.
El 28 de junio de 1859 se bota el “Ictíneo_I”, construido en los talleres del “Nuevo Vulcano” por José Missé Castells en la Barceloneta. La tripulación era el propio Monturiol. El casco interior o cámara resistente tenía siete metros cúbicos de capacidad. El exterior tenía la el constructor José Missé y Castells y José Oliu y Juan. La botadura en sí no fue muy afortunada, pero si las pruebas reales de mar, que se celebraron el 23 de septiembre de 1859. El Sumergible tenía 7 metros de eslora, 2,5 metros de manga, 3,5 metros de puntal y una cota máxima de operaciones de 20 metros; doble casco de maderas de roble y olivo revestidas en cobre, entre los que se admitía agua para sumergirse, que se expulsaba con aire comprimido para emerger.
El casco tenía forma de pez y envolvía la cámara resistente; en el espacio que quedaba entre ambos había instaladas unas vejigas de flotación, depósitos de oxígeno para la respiración y alumbrado, y de hidrógeno para las lámparas oxhídricas y los lastres de seguridad, y en la parte de proa las herramientas destinadas a la recogida del coral.
La propulsión era humana, tres o cuatro hombres movían el accionamiento manual de la hélice de paletas planas (tipo Mangin), que daban una velocidad de 3 nudos.
La inmersión se producía inundando cuatro tanques, y contaba con lastres sólidos de seguridad para efectuar rápidamente la subida a superficie en caso de emergencia; en la torreta y en las bandas llevaba portillos de luz para la observación del fondo del mar. La inmersión se efectuaba con una hélice horizontal susceptible de girar en los dos sentidos, pues el barco al sumergirse se lastraba hasta quedar a la densidad del agua. Llevaba, además, una bomba de densidad para asegurar el perfecto equilibrio en la inmersión (bomba con la que metían y sacaban agua, variando el desplazamiento del buque), bomba de aire para asegurar asimismo la flotación, y un aparato purificador de la atmósfera interior del barco. Con tales elementos procedió Monturiol a efectuar los primeros ensayos, que tuvieron lisonjero éxito e interesaron vivamente a todo el país.
El inventor y su tripulación llegaron a sumergirse hasta cincuenta y cuatro veces, muchas de ellas por espacio de seis horas, sin que la respiración dejase de ser perfecta, y , por lo tanto, sin que se experimentase la menor molestia en un estrecho recinto herméticamente cerrado, y eso que en ocasiones la temperatura llegaba a 38º centígrados.
Los informes técnicos fueron favorables y las crónicas periodísticas elogiosas. No obstante, oficialmente no se le reconoció utilidad, ni se le concedieron ayudas para sufragar los gastos de este avanzadísimo invento.
Hay que destacar que su idea no era la de construir un buque de guerra, sino un sumergible para exploración oceanográfica, porque sabía que las profundidades del mar representaban un inmenso depósito de materias útiles. También quería utilizarlo como rescate de náufragos y sobre todo explotación comercial del coral, para lo que llevaba unas herramientas exteriores manejadas desde el interior, y las lámparas oxhídricas para iluminación de las profundidades marinas.
El 7 de marzo de 1861 se realiza al fin la prueba oficial en Alicante, en presencia del general Zabala, ministro de Marina; de Cánovas, ministro de Fomento, y varios diputados y senadores, así como algunos directores generales.
Inexplicablemente, por ignorancia o incomprensión, informan muy vagamente sobre el proyecto y, pese a las buenas palabras del ministro de Marina, Monturiol permanece meses enteros esperando inútilmente noticias. Convencido al fin de que no debía esperar nada del Gobierno de la Nación, se dirigió al país en un documento tan expresivo como ingenuo, solicitando de él el apoyo que en aquél no podía encontrar.
Esta queja, exhalada con tanta sinceridad como justicia por el corazón de Monturiol, produjo sus resultados. Se inició entonces en Barcelona una suscripción nacional, que en pocos meses alcanzó en la Península y en la Isla de Cuba la cantidad de trescientas mil pesetas, donando personalmente la Reina Isabel II la cantidad de veinte mil pesetas.
Fiado en su entusiasmo fundó una sociedad para explorar el fondo del mar, “La Navegación Submarina”, la primera que se constituyó en el mundo. Y durante cinco años trabaja febrilmente, descuidando incluso sus intereses personales, dedicado exclusivamente a lograr una nave submarina que pueda sumergirse y navegar bajo las aguas.
En 1861 se dedicó a la construcción del segundo “Ictíneo_II”, éste ya de guerra, también de doble casco y 17 metros de eslora y 46 toneladas de desplazamiento, con una capacidad interior de 29 metros cúbicos, una dotación de veinte hombres y una profundidad máxima de 50 metros. En este mismo año presenta en el Ministerio de Marina los planos de otro sumergible de guerra de 1.200 toneladas.
Las alusiones de Monturiol y Capdevila o los versos de Damaso Calvet sobre la recuperación de Gibraltar mediante los “Ictinios” no fueron acogidos con agrado en algunos ambientes oficiales.
El segundo “Ictíneo”, se bota el 2 de octubre de 1864, y estuvo más de un año en pruebas, alcanzando 50 metros de profundidad y 5 horas de inmersión continuada, e incluso efectuó disparos con un cañón giratorio también de su invención; pero la propulsión no era satisfactoria, de los veinte hombres, dieciséis se dedicaban a ella y la velocidad no llegaba al “medio metro por segundo” (casi un nudo). Este inconveniente le forzó a idear un motor de combustión para superficie, construyendo una máquina de vapor de 6 CV., alimentada con carbón, (que, una vez desguazado su invento, sirvió para mover las ruedas de un molino harinero), para navegar en inmersión; inventó una máquina química, cuyo combustible era una mezcla de peróxido de magnesio, cinc y clorato de potasa, que tenía una potencia de 2 CV., y solucionó también el problema de la estabilidad con diversos dispositivos.
Este inconveniente le forzó a idear un motor de combustión para superficie, construyendo una máquina de vapor de 6 CV., alimentada con carbón; -esta máquina una vez desguazado su invento sirvió para mover las ruedas de un molino harinero-, para navegar en inmersión, invento una máquina química, cuyo combustible era una mezcla de peróxido de magnesio, cinc y clorato de potasa, que tenía una potencia de 2 CV., también solucionó el problema de la estabilidad con diversos dispositivos.
Este nuevo sumergible tenía, como el primero, dos cascos, uno dentro de otro. En la parte superior, y a proa, estaba la cubierta, de 1,30 metros de ancho, con compuertas que servían de obra muerta cuando el barco navegaba en superficie.
A ambos costados y en la escotilla de acceso llevaba tres miradores con varios cristales de veinte centímetros de diámetro y diez de grueso.
El timón se manejaba desde el mirador central por medio de un engranaje de tornillo sin fin, y la virada alrededor del eje vertical se efectuaba por dos hélices laterales de ochenta centímetros de diámetro y veinte de paso, que se movían a razón de tres vueltas por segundo.
Los aparatos natatorios consistían en unas vejigas de flotación y en otras natatorias. Las primeras estaban formadas por cuatro compartimentos estancos, dos a babor y dos a estribor, hechas de planchas de cobre y que se comunicaban entre sí. Tenían ocho metros cúbicos de capacidad; cuando estaban vacías, aseguraban la flotación del buque en la superficie, y anegadas lo ponían a la densidad del mar; la entrada del agua se efectuaba por unas espitas que se abrían desde el interior, y el escape del aire por otro grifo.
Cuando el barco debía subir se expulsaba el agua por inyección del aire, que se hacía por una bomba después de abiertas las chimeneas de ventilación, bomba que podía ser movida a mano por cuatro tripulantes, o por la máquina de vapor con la que Monturiol dotó a su nuevo “ICTÍNEO”. Las vejigas natatorias consistían en dos depósitos de presión en la sección superior de popa inmediato al mirador central, en tres bombillas de compresión y en un depósito de agua de lastre. Los de presión estaban llenos, hasta su mitad, de agua, y en la otra mitad, de aire o de otro gas comprimido a una presión doble de la equivalente a la mayor profundidad a que se debía navegar.
Este aparato estaba al alcance, por medio de unas cañerías, del observador de proa y del timonel, con cuyo objeto disponían ambos de manómetros indicadores de la presión del mar y de la del aire de las vejigas. El movimiento de un sencillo grifo era toda la manipulación que requería este aparato.
La horizontalidad del barco se conseguía de un modo no menos sencillo. En un carril fijo paralelo al eje longitudinal había un cilindro macizo de plomo que podía correr del centro a proa por un juego de arrastre al alcance del maquinista. Un nivel de aire de gran dimensión indicaba a éste hacia donde debía correr el peso, produciendo las inclinaciones de proa a beneplácito y corrigiéndolas cuando eran ocasionadas por causas exteriores. Hasta tanto llegó la perfección en el equilibrio que, estando parado entre las aguas, uno de los tripulantes se levantó muy decidido “para fumar un cigarrillo” en cubierta, ignorando que se hallaban a 21 metros de profundidad.
Monturiol lo proveyó además de dos lastres fáciles de desprender, para facilitar una emersión casi instantánea en caso de peligro, como la pérdida de presión de los gases de las vejigas, que el buque se enredara en las algas, que se varara en el fondo, o que se abriera una vía de agua en el casco. A este efecto, puso sobre los miradores de babor y de estribor dos cajas que contenían dos o tres esferas de hierro fundido, detenidas por una tapa que se abría con una aldabilla. Por si el desprendimiento de estos lastres no bastaba para producir la subida, había otros a popa y a proa, consistentes en unas cajas de hierro muy pesadas, sostenidas por cadenas argolladas en un cáncamo especial, que con media vuelta de una aldaba interior se desprendían con rapidez.
En este sumergible, Monturiol aplicó la máquina de vapor a la navegación submarina, adoptando el mismo propulsor que en el primero, e instaló, para las evoluciones laterales o maniobras de ciaboga, dos hélices, cuyos ejes, colocados en un mismo plano transversal, formaban con el diametral del submarino, y en su parte alta, un ángulo de 45º.
El motor consistía en una máquina de vapor, idea atrevida, pero la única racional en una época en que estaban todavía en embrión las aplicaciones de la electricidad y del aire comprimido. Para producir el calórico necesario, recurrió a sus profundos estudios de Química, y en lugar de carbón, utilizó una mezcla combustible compuesta de cinc, peróxido de manganeso y clorato de potasa, que no sólo proporcionaba una temperatura elevada para producir el vapor, sino que daba también como producto gaseoso el oxígeno que se iba almacenando para surtir después a las necesidades de la respiración y de las lámparas. No puede darse medio más ingenioso ni más práctico.
Finalmente, valiéndose el inventor de un mecanismo o, mejor dicho, de una serie de mecanismos no menos ingeniosos que todos los anteriores, logró hacer disparos debajo del agua con un cañón de 100 m/m., que, a cada disparo, levantaba una columna de líquido a la altura de unos diez metros.
En las pruebas de mar, efectuadas el 22 de octubre de 1867, el “Ictíneo”, en inmersión logró su inventor propulsarlo a vapor, a una velocidad de 3,5 nudos mantenidos.
La historia de los “Ictíneos” y la comparación entre uno y otro, es un capítulo aparte de la vida de Monturiol, pero van íntimamente unidos a los avatares de su vida que no pueden silenciarse.
Debemos subrayar que no le faltó el apoyo de sus amigos -dentro de naturales limitaciones- y gracias a ellos, ambos “Ictíneos” pasaron de simples proyectos a realidades. Pero los escasos conocimientos financieros y técnicos de Monturiol -que ocasionaron un anormal aumento de los costos industriales- y especialmente, la falta total de ayuda por parte de la Administración, pese a toda clase de promesas, fueron las causas determinantes del fracaso final.
No hay que olvidar las posibles presiones extranjeras para que el proyecto de construir “Ictíneos” de guerra españoles quedara archivado en algún Ministerio.
Agotados los recursos de la sociedad, el Fisco le exige contribución como “constructor de submarinos”, a la vez que le asedian sus acreedores. Al final, Hacienda embarga la nave y es vendida como chatarra en pequeños lotes. Antes habían ofrecido el invento a Francia para salvar la difícil situación económica, pero el Gobierno francés estudia los planos y no lo acepta. Tantas dificultades y tan poco apoyo, forzosamente debían terminar con las ilusiones de un soñador honesto como Narciso Monturiol.
Su falta de éxito en los ambientes oficiales, en los que influyen la poca estabilidad política de la Nación en aquellos años, y los numerosos problemas que se le iban presentando en la realización de sus ideas por dificultades financieras, hizo que en 1869 desguazase sus barcos y disolviese la sociedad que había creado. Narciso Monturiol hizo cuanto, en su tiempo, pudo hacer un inventor, como Isaac Peral reconoció en el año 1889, al alabar notablemente el mérito del gerundense. Su idea no pudo dar más de sí, pero supuso un paso hacia delante en la carrera hacia la consecución de los submarinos, entre ellos los del mismo Isaac Peral.
Pese a todo, Monturiol solucionó algunos aspectos fundamentales de la navegación submarina, entre ellos el motor submarino, y el problema de la renovación de oxígeno en un local hermético. Por esto último, en el año 1970 el ingeniero J. J. Maluquer definió a Monturiol como precursor de la Gran Astronáutica.
Apartado de la investigación submarina, no abandonó sus trabajos científicos, proyectando otros muy variados inventos como. Prácticamente ninguno de sus inventos le reportó ventajas económicas. Y quizás el que le hubiera producido sustanciales ganancias -un invento para la conservación de la carne- le fue sustraído por un colaborador infiel, el cual se enriqueció con él explotándolo en Inglaterra.
Mientras trabajaba en la banca, que más adelante sería el Banco de Mataró, impartía conferencias que trataban sobre los temas científicos más diversos.
El día 6 de septiembre de 1885, en Sant Martí de Provencal, Barcelona, moría pobre y hasta casi desconocido, rodeado de su esposa, de sus hijas y de sus nietos, después de que le embargasen sus submarinos y los vendieran como chatarra. Hasta pasados varios años, no se le reconoció su aportación a la ciencia y a la técnica, y no sólo en la navegación submarina.
Le enterraron en el Cementerio viejo de Barcelona, en el nicho familiar. Años después colocaron una lápida que reza: <<Aquí yace don Narciso Monturiol, inventor del “Ictíneo”, primer buque submarino, que navegó por el fondo del mar en aguas de Barcelona y Alicante en 1859, 1860, 1861 y 1862>>.